Una vez más la Sala Dos del Teatro
Fernán Gómez nos brinda una propuesta desconcertante: un "clásico"
(siglo XVIII) de sorprendente vigencia. El poder, su obtención, el derecho a
ejercerlo/detentarlo se ponen en cuestión desde un punto de partida absurdo: la
llegada accidental a una república en la que la estructuras de mando están
trastocadas. Surgen mil cuestiones, se crean mil hipótesis: ¿Quién ejerce el
poder y con qué derecho? ¿Todos pueden y saben mandar? ¿Es lícito tanto mandar
como asumir la obediencia ciega?...
En esta obrita (breve y concisa, pero
intensa) se aprecian elementos y herencias de una época anterior a la
Revolución Francesa, en la que se barruntan las consecuencias de una situación
claramente injusta, con diferencias sociales insultantes. La necesidad de un
teatro pedagógico en el que a través de la proyección en personajes y
argumentos se pueda llegar a un planteamiento nuevo, es aquí evidente.
Es una obra lineal, con una ubicación
temporal y espacial untiarias, muy diáfana, en la cual destacamos la
interpretación bien dirigida de cinco personajes/arquetipos. Se juega con el
intercambio de roles y, tras la catarsis, surge la síntesis con final feliz...
Vestuario, peluquería y caracterización pulcros y atemporales, interpretación
eficaz, innecesarios medios audiovisuales (de relleno). En general, correcta y
amable, con la moderada pasión de otra época. Se ve bien, gusta y nos despierta
el inconformismo que yace aletargado en algún oscuro rincón. Es que el poder
embriaga... y hay quienes no saben beber.
Autor: Pierre de Marivaux
ELENCO:
Eufrosina - Eva García
Cleantis - Ana Mayo
Arlequín - Borja Luna
Trivelín - Javier Lago
Ifícrates - Antonio Lafuente
Escenografía y vestuario - Sara Roma
Guía Didáctica - Marta Cobos
Diseño de luces - Marta Cofrade
Gestión de público - Jaime Pintor
Ayudante de dirección - Paloma Rodera
Dirección: José Gómez
Producción: Venezia Teatro
Recordaba más complejo a Marivaux, más profundo, más retorcido, algo más. Pero la isla es un círculo op-art, y los cinco actores no llevan más atavío que vestidos y túnicas en blanco y negro: la túnica y la espada del poder.
ResponderEliminarLa casualidad ha mutado en amos a los esclavos y el perdón final de aquellos, mejores amos que sus antiguos señores, inocente apreciación tan poco realista como el teatro del XVIII, deja en tablas la situación, aunque alguien debe tomar el poder, alguien debe ostentar la espada, y el hábito hará al fraile, amo o esclavo.
Así de fácil. Así de importante. Todo en el envoltorio frío y arquetípico de la época. Todo matemático y biológico, todo equidistante tanto de la realidad sangrante como de la fantasía, enemigas ambas de la didáctica.
Frialdad en el escenario y en los parlamentos, salvo por la comicidad el esclavo, tomada quizá de cierta admiración de Marivaux por la Comedia dell’Arte.
Todo correcto. Ni una pasión ni una locura ni un error. Alguna interpretación anodina, ajena al perfil del personaje, pero, en general, la corrección es la norma imperante. No resulta pesada, no alegra la vida ni deprime el espíritu. Una buena lección.
http://shina176.wordpress.com/