Los viajes excitan; desde el primer momento, todo es preparación y organización. Hoy, en el Pequeño Teatro Gran Vía, nos han montado, sin equipaje, en un carroussel de imágenes, colores y músicas y nos han enviado a parajes olvidados de nuestra memoria colectiva; algunos incluso nunca visitados.
Con el humor como salvoconducto que abre todas las puertas, nuestra resistencia ya está vencida. Bajo un título demasiado simple para lo que ofrecen, Los Quintana, como artesanos renacentistas (transversales, diríamos ahora) se ocupan de todo: caracterización, documentación y, naturalmente, interpretación.
En estos play-backs aparentemente inocentes hay mucha vida y mucha psicosociología: saben a dónde quieren llegar y, claro, saben también de dónde vienen/venimos. ¡Qué buen vestuario (pelucas imposibles, vestidos casi arqueológicos)! ¡Qué buen estudio gestual! ¡Qué sabia elección en las estaciones de este viaje a ciegas! ¡Qué música (ya veréis, ya...)! Humor ágil, muy visual y eficaz. Crítica desde el cono sur a todo nuestro universo occidental: el poder, la televisión, la salud, la publicidad, la actualidad, las religiones, los mitos, la colonización cultural, los iconos de nuestra "cultura" y cientos de elementos más que remueven nuestros cimientos. Si todo esto se decora con mucho, muchísimo humor, la complicidad está garantizada.
Como en todo teatro, como en todo buen viaje, se sale más fortalecido, más sabio. Tras esta experiencia, tras este retorno a los peldaños de nuestros sótanos, tras tanta risa sincera y terapéutica, queda un regusto de desconcierto: no ignoramos, aunque nos obstinemos en olvidar, nuestras raíces, nuestros complejos; en fin, nuestra historia. Aunque nos creamos centros del universo, sólo somos, como en esta obra, pequeñas teselas de un mosaico que requiere distancia para su apreciación. David y Fernando Quintana, jóvenes, pero con la sabiduría de una profunda reflexión, nos aportan tanto cercanía como distancia. Con compañeros de viaje así y con este abanico de risas, diversión y entretenimiento, tan de agradecer entre el desánimo que nos abraza desde la realidad, esta propuesta seguro que funciona.
En estos play-backs aparentemente inocentes hay mucha vida y mucha psicosociología: saben a dónde quieren llegar y, claro, saben también de dónde vienen/venimos. ¡Qué buen vestuario (pelucas imposibles, vestidos casi arqueológicos)! ¡Qué buen estudio gestual! ¡Qué sabia elección en las estaciones de este viaje a ciegas! ¡Qué música (ya veréis, ya...)! Humor ágil, muy visual y eficaz. Crítica desde el cono sur a todo nuestro universo occidental: el poder, la televisión, la salud, la publicidad, la actualidad, las religiones, los mitos, la colonización cultural, los iconos de nuestra "cultura" y cientos de elementos más que remueven nuestros cimientos. Si todo esto se decora con mucho, muchísimo humor, la complicidad está garantizada.
Como en todo teatro, como en todo buen viaje, se sale más fortalecido, más sabio. Tras esta experiencia, tras este retorno a los peldaños de nuestros sótanos, tras tanta risa sincera y terapéutica, queda un regusto de desconcierto: no ignoramos, aunque nos obstinemos en olvidar, nuestras raíces, nuestros complejos; en fin, nuestra historia. Aunque nos creamos centros del universo, sólo somos, como en esta obra, pequeñas teselas de un mosaico que requiere distancia para su apreciación. David y Fernando Quintana, jóvenes, pero con la sabiduría de una profunda reflexión, nos aportan tanto cercanía como distancia. Con compañeros de viaje así y con este abanico de risas, diversión y entretenimiento, tan de agradecer entre el desánimo que nos abraza desde la realidad, esta propuesta seguro que funciona.
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