Nos
invitan a jugar en "La Pensión de las Pulgas". El nombre ya sugiere
ficción y fantasía en un universo íntimo y privado. La sala se va decantando,
en su sólidos primeros pasos, por versiones libérrimas de "clásicos"
consolidados, con buen gusto, medios, vocación e intensidad dramática.
"Dorian" es una
apuesta difícil. Re-presentar a Wilde conlleva riesgos: se ha de desmontar un
universo de presupuestos y tópicos superficiales y simplistas; además, es complicado
sorprender cuando ya todo se ha dicho y mostrado. Coronar ciertas cordilleras
es necesario si se desea otear otros horizontes o, en palabras de Whitman,
recorrer senderos no hollados. La opción actual asume apuestas: dramatizar una
novela, elegir el peso de un tema e imprimir y acuñar tu personalidad en vidas
ajenas, sin olvidar que el autor también escribió obras tan conscientemente
ignoradas y poco frívolas como "La Balada de la Cárcel de Reading" o
"De Profundis"
"El retrato de Dorian Gray", obra
en la que este montaje está basado, es una obra de contrastes, de deseos y
realidades, de apariencias galantes y submundos atroces. Carlos Be, autor y
director, nos desnuda e introduce, como clientes de un "peep-show",
alrededor de un escenario que es el mundo mismo para presenciar, calladitos y
discretos como voyeurs, la perversión del alma humana, la indiferencia ante el
dolor, el esteticismo y la decadencia del dandismo, la sumisión al deseo y a la
belleza y el tránsito hacia la destrucción. Esta propuesta sabe a tragedia
griega, a destino ya trazado y a brochazos de Pasolini (esa inquietante
presencia -bella y distante- en "Teorema", capaz de alterar el mundo
de relaciones sin mancharse las manos, moviendo la fichas y sembrando dolor...)
Aquí el dolor se llama muerte, mancha y asusta por su sinceridad y por su
absurdo automatismo. Las víctimas propiciatorias se repiten y la sangre
¿purifica? tanto pecado, tanta subversión. La transgresión está presente,
desde el comienzo, con el reparto de personajes, el vestuario (o su eficaz
ausencia), el uso/abuso de las previsibles sentencias de Wilde, la recreación
de momentos de insultante belleza, dolor y pasión y, sobre todo, la fragilidad
de las relaciones humanas ante enemigos tan poderosos como el deseo, la
posesión y el destino.
Nos gusta
Carlos Be y su forma atemporal y eterna, pero muy personal, de entender a Dorian Gray; nos gustan Jorge
Cabrera, Francisco Dávila, David González (gracias por alguno de los pasajes más hipnóticos e
intensos de la obra), Carlos López (atrapándonos con esa representación
retorcida entre la inocencia y la perversión), Javier Prieto, Alfonso
Torregrosa (¡Cómo nos seducen sus palabras!), entregados, convencidos,
creíbles, formados, con la frescura de un hallazgo y el peso de lo permanente;
versátiles al encarnar un abanico (no el de Lady Windermere) de personajes
arriesgados, siempre con la solemnidad que bordea el abismo; nos gustan José y
Alberto (sus Pulgas ya forman parte de nuestro circo más íntimo y su Portera
comparte mesa-camilla desde hace tiempo)
De nuevo,
al salir, tenemos la sensación de catarsis, de rito, de juego. No olvidamos que
las hogueras de nuestro pasado aún nos calientan, su luz ilumina nuestros
pasos, su recuerdo nutre nuestra experiencia. Tampoco olvidamos que el fuego
hiere y que, si jugamos más de lo permitido, sin medida, nos quemamos. Y
todavía, con el transcurso del tiempo, nos acompaña la sensación de haber
recibido un beso oculto, una caricia prohibida con el dulce perfume del pecado.
Carlos Be ha dejado en nuestra imaginación de espectadores la sombra
inquietante de un Dorian atormentado, al que condenamos desde nuestra
perversión, a purgar sus miedos entre
las paredes de “la habitación azul”.
Con : Jorge Cabrera, Francisco Dávila, David González, Carlos López, Javier
Prieto y Alfonso Torregrosa.
Texto y dirección : Carlos Be.
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