
Uno de los aspectos que nos
parecen más interesantes es el uso indistinto en todo momento del castellano y
el catalán, porque éste es un matiz que aporta total realismo a la
interpretación cuando conoce a su marido, cuando charla con Pepeta, su amiga de
la residencia, regalándonos los momentos más divertidos, con un costumbrismo en
el que reconocemos nuestras raíces, cuando habla con el cuidador o enseña a su
nieta la receta de un pastel. En todo momento nos creemos, emocionamos y
sonreímos con la “iaia”. Y es de lo más escalofriante cómo a través del juego
con una manzana y una servilleta nos transporta al comedor de su casa y
rememora la dura vida de su madre.
Es obvio que el hecho de la
guerra fue un momento histórico demasiado traumático para nuestro país como
para ignorarlo, pero no era necesario volver a caer en los tópicos de Franco o
La Pasionaria. Nos hubiera gustado (incluso se establecerían bastantes
paralelismos con la actualidad) que nos hablaran de gente sencilla (bastante
tenían con sobrevivir) que, aunque arrastrados por los poderes políticos de la
época, todos aquellos colores, ya fueran
rojos o azules, les importaban más bien poco.
Hay que ver “Iaia” por
diversas razones, pero la fundamental, seguir
sorprendiéndonos con la fuerza transmisora de sentimientos tan potentes a través
de elementos clásicos y sencillos. Y todo esto se entiende que es gracias al
esfuerzo y el trabajo de Alba Valldaura (autora, directora y protagonista de la
obra).
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