Si hay algo que caracteriza las obras de Chéjov es mostrarnos el
dilatado paso del tiempo. Da igual que la acción transcurra en un tórrido
verano o durante el más gélido de los inviernos; todos los personajes van a
deambular dentro de una burbuja, atrapados por su desidia. Lo importante no es
lo que vemos, sino lo que nos cuentan; es esa subhistoria en la que nos
enteramos de amores y desamores, muertes y traumas, debilidades y tristezas
bajo esa leve seda de realidad. Con imperturbable serenidad los personajes desnudan
su interior. En esta obra Chéjov lleva al extremo la unidad de espacio, pero nos
hace viajar por las esquinas del tiempo. Y Raúl Tejón ha sabido captar
perfectamente este ambiente desde la tenue luz que nos acompaña durante toda la
función hasta el tono susurrante y embriagador de los protagonistas.
Hay que destacar el completo acierto a la hora de elegir actores
para esta obra. Es muy difícil mantenerse en su papel cuando el montaje es tan
coral, y aquí están todos perfectos. Consuelo Trujillo (vestida maravillosamente
de Lorenzo Caprile) nos regala magnífica presencia y temple encarnando a Andrea,
una madre que no quiere mirar de frente a la realidad porque le espanta y que
nos brinda momentos gloriosos; Germán Torres, el tío Jaime, viviendo de
espaldas a todo porque en el fondo no tiene nada; Alicia González (Dunia) y
David González (Tomás), poniendo el contrapunto de guasa y chanza,
aunque necesitan salir de allí desesperadamente; Sabrina Praga (Aina),
representando esa inocencia siempre a punto de derrumbarse; Carles Francino
(Pedro), el eterno estudiante que, como él mismo dice, es una pelusa moviéndose
entre dos mundos que nos atrapa con sus discursos y su voz increíblemente pausada
y atormentada; Felipe G. Vélez (Fer), ese mayordomo omnipresente amarrado a su
pasado y que, como último vestigio, permanecerá olvidado en el huerto de
guindos; Nacho Fresneda (López), áspero realista que lucha tan endiabladamente
contra lo que no quiere ser que acaba siendo el hacha que tala el árbol y
Bárbara Santa-Cruz (Valeria), mujer con los pies en el suelo con el afán de
sujetar los despojos de aquella sociedad aferrándose a una ilusión que nunca
llega.
Y ese mundo de Chéjov siempre decadente, contradictorio, sin
salida, donde todo se desarrolla bajo una placida tensión para mostrarnos sus
miserias cuando menos lo esperamos. Enhorabuena, Raúl, por presentarnos tantas
escenas memorables y tan bien dirigidas: El desmayo de Andrea, las
conversaciones entre Pedro y López “¿Para qué te tocas tanto si no eres capaz
de abarcar nada?”, López y Andrea saltando como aves carroñeras en busca de su
cetro de poder o esa mano temblorosa y suplicante de Valeria intentando agarrar
su futuro, que nos deja el alma tocada.
Y para rematar…”Una notte a Napoli”. Porque incluso sin alas, al
cielo nos llevasteis con este “Huerto de Guindos”.
Como siempre, La Casa de la Portera: valor seguro, valor en alza.
Versión
y Dirección: Raúl Tejón.
Intérpretes: Consuelo Trujillo, Carles
Francino, Nacho Fresneda, Germán Torres, David González, Sabrina Praga, Alicia
González, Barbara Santa-Cruz y Felipe G. Vélez.
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